martes, 24 de septiembre de 2013

Claudia Selser 1953 - 2013

La periodista Claudia Selser, de larga actuación en medios gráficos locales como PáginaI12 y la revista dominical Viva falleció hoy a los 60 años víctima de una prolongada enfermedad
Su última voluntad fue ser cremada y que sus cenizas sean esparcidas en Nicaragua, donde también yacen los restos de su padre, el periodista y gran escritor latinoamericanista Gregorio Selser, autor de la primera biografía integral del héroe emancipador de ese país, Augusto César Sandino.
Graduada en psicología en la Universidad de Buenos Aires, había marchado con su familia al exilio en México poco antes de instaurarse la dictadura, pero regresó a la Argentina con la restauración democrática, para trabajar en el semanario El Periodista y la revista Humor.
Luego integró el equipo fundador de Página12, donde se especializó en temas de costumbres y género. También incurrió en la ficción con “Querido Bernardo: el diario de Rebeca”, inspirada en la historia del periodista Bernardo Neustadt, promotor de las privatizaciones de los noventa.

Claudia Selser
Por: Ana Laura Pérez, de la Redacción de Clarín
Antes de lo que presagiaba su vital tenacidad. Mucho después de la sentencia de un cuerpo que la había acostumbrado al doblez, la resistencia y la esperanza. Hace años Claudia había empezado a escribir textos no periodísticos que decidió no publicar. En ellos -con la precisión narrativa que siempre le envidiamos sus colegas- se destacaba un episodio infantil en el que cifraba su destino.Celosa de su hermana menor Irene, Claudia corría alrededor de la mamá cuando le cayó encima el agua que hervía. La madre desesperada la cubrió con una frazada y la llevó hasta la guardia. Ahora que la despido, recuerdo su recuerdo: los niños, aterrados como ella, quemados por las explosiones de las Marmicoc, las ollas a presión en las que se cocinaba la dieta de las familias seis décadas atrás.
De eso hablamos con Irene, la hermana venida desde México, apenas una semana atrás. Cruzábamos Pueyrredón por Las Heras rumbo al sanatorio. Nos habíamos encontrado casualmente en una librería donde ella buscaba textos de Walsh para pasar las horas al lado de Claudia y yo hacía tiempo para visitarla en la clínica donde estaba internada. A Irene se le confundían el relato posterior de los mayores con imágenes que probablemente le pertenecieran a la nena pequeña. Claudia, en cambio, conservaba las marcas de las quemaduras en los brazos que tapaba con la misma vanidad con que cambiaba la cabellera de rulos –otra cosa que le envidiábamos- por alisados rubios que habían automatizado un repertorio escueto de bromas que terminaban siempre en un: ahora sí que das psicóloga. Se había graduado en la Universidad de Buenos Aires pero no había ejercido. O sí, pero ad hoc con amigas, compañeros de trabajo y fuentes. Tenía un gesto que me gustaba imitar cuando era yo la que quería darle un consejo. Entonces agarraba con el índice y el pulgar la patilla de unos lentes imaginarios, bajaba el mentón y levantaba los ojos por sobre los vidrios inexistentes para empezar: "Sabés qué pasa flaquita..." Soledad, otra de sus grandes amigas, se reía porque con ella hacía lo mismo. La tentaba volver a ejercer la Psicología cuando dejó Clarín después de más de una década de trabajo. De su paso por Sociedad, la revista Viva, el Suplemento Mujer y la revista Shop destacan textos sólidos, intensos, con clima. Era rápida en los cierres y sabía que su fuerte eran los personajes y las cuestiones de género, de las mujeres y las minorías, que siempre trabajó con una ética inquebrantable de solidaridad y defensa desde los 80, cuando eran temas sobre los que había prejuicios aún mayores que los actuales. Dejó la redacción para escribir notas para medios extranjeros y cuidar de su hijo Tomás, ya en camino al espigado adolescente que es hoy.
Claudia encarnaba un sincretismo alucinado que combinaba sin conflictos el estoico socialismo paterno con las supercherías indígenas de México y las novedades de la espiritualidad contemporánea. En sus conversaciones -para las que siempre tenía tiempo si no estaba en el cierre de una nota- guiadas por las ideas de Freud aparecían el teléfono de un plomero al que se podía dejar solo en una casa con niños y el de una bruja a la que encomendar la "limpieza" de una casa de continuar las evidencias de un hechizo. Pero antes y después, pero sobre todo después de las experiencias difíciles que transforman cualquier vida, hablaba con ciencia de priorizar el amor y la alegría. De reconciliarse con el pasado y de vivir en paz el presente. Eso era para ella la salud.
Hace semanas, la había aliviado la reinterpretación generosa de un enigma familiar que la atormentaba: ¿por qué su padre, prolífico escritor, nunca le dedicó un libro? Entendía ahora que el amor a los hijos no puede ser masivo sin riesgo de ahogarlos. Claudia era hija de Gregorio Selser, periodista y autor cardinal de la izquierda latinoamericana exiliado durante la dictadura al que lo siguió en 1979, apenas separada de un primer marido.
En México estudió Comunicación e hizo amigos que la acompañaron hasta ayer recordando episodios de ese pasado que los identifica como a miembros de una congregación. Ella no planeaba volver al país hasta que tuvo que hacerlo para arreglar unos trámites. Acá se encontró con la primavera democrática, un lugar en el despegue mítico de Página 12 y un gran amor. No hubo modo de irse otra vez, pero vivió dividida y añorando a su mamá y sus dos hermanas –Irene en México, Gabriela en Nicaragua- periodistas de la misma estirpe.
Murió Claudia Selser, me dice Dora al teléfono. ¿Ya? ¿Tan pronto?
La noticia, previsible, sigue pareciendo anticipada.

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